El Santo Oficio
Ángel Miguel Blanco
] massiosare@msn.com
Siempre dije que la única responsabilidad de Ángel Aguirre en la #MasacredeIguala fue su timoratez, su soberbia, y su confusión entre dialogar, sobornar y apapachar, y no he cambiado de idea.
Su timoratez le impidió poner orden cuando las alertas rojas sobre presidentes municipales ligados al narcotráfico y la delincuencia organizada comenzaron a sonar. Aguirre pensó que con entregar dádivas y sobornar a los líderes revoltosos de los movimientos sociales que tenían de los testículos a su gobierno había cumplido con su deber constitucional.
Si lo sabia la prensa y el mismo Cisen, Ángel Aguirre, como buen devoto del ex mandatario que decía –parafràsicamente– que en Guerrero «no se movía la hoja de un árbol sin que él estuviera enterado», en clara referencia a su investidura gubernamental, por obviedad tenia que estar enterado de todo lo que ocurría en su entorno. Pero Aguirre, al fin cacique acostumbrado a que le sirvan y ministren, delegó el poder constitucional más importante de un gobernante en sus lacayos, quienes lejos de mantenerlo informado dieron rienda suelta a la lujuria, al alcohol, al despilfarro de las arcas publicas, y cuando estalló la «bomba», Aguirre, en su calidad de «jefazo», fue el unico chamuscado.
Han pasado meses desde la barbarie de Iguala; se han escrito libros, reportajes, documentales y cientos de miles de noticias en torno a los «buenos muchachos» de Ayotzinapa (dejaremos en paz, por el momento, sus crímenes y delitos federales y del orden común por los que debieron estar presos desde hace mucho tiempo, en lugar de estar muertos o desaparecidos). Pero en todo este tiempo en que casi todo el mundo se ha rasgado las vestiduras y enjuiciado a Angel Aguirre y todo el que tiene pinta de «asesino de estudiantes», nadie se ha detenido a investigar mas allá de lo que hasta ahora, en términos generales, ha dictado el odio y el rencor.
Hasta donde se sabe, algunos de los 43 estudiantes que siguen reclamándose con vida viven tranquilos en sus casas, alejados de los reflectores por temor a los enjuiciamientos.
Los cabecillas del movimiento que condujo a la muerte a los normalistas acribillados en Iguala gozan de absoluta libertad e impunidad. Algunos cobran en la SEG, otros laboran en la Uagro o son miembros activos de la CETEG y el SNTE. Muchos los conocen, pues operan también impunes desde la madriguera llamada «Isidro Burgos», pero nadie los delata ni los cuestiona. (Roba un bolillo o una botella de agua «por necesidad» o comete un «delito menor» y verás cómo la PGR, la Gendarmería y las Fuerzas Armadas te localizan hasta en Saturno!)
Desde esas trincheras continúan sus vIdas subversivas, algunos, o viven cómodamente del sistema, otros.
Tienen nombre y apellidos, sus rostros circulan por Facebook, Twitter y LinkedIn. El Cisen sabe de su existencia, la prensa también. Solo el Gobierno del Estado y quienes se rasgan las vestiduras por «los 43 que faltan» siguen sin saber quienes son los líderes de este «movimiento justiciero» que ya se mancho de sangre y que si no se frena apunta a seguir desestabilizando el gobierno de Astudillo y la imagen de Guerrero mas allá de las fronteras territoriales.
¿A alguien se le ha ocurrido hurgar mas allá de la pasión, el rencor y el odio?
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