Ángel Miguel Blanco
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La política se ha vuelto más visceral, más cínica y corrupta, empero, la sociedad no ha querido quedarse atrás y también se ha vuelto más victimaria, reaccionaria y alarmista. La sociedad de hoy no solo enjuicia, también sataniza.
Cuando Zeferino Torreblanca criticó y exhibió con fundamentos a uno de los presidentes priístas más ladrones y corruptos de la historia moderna de Acapulco, Rogelio de la O Almazán (1993-1996), sarcásticamente la sociedad crucificó y lapidó a Torreblanca pese a que todas sus denuncias fueron documentadas y sometidas a escrutinio jurídico, político y fiscal. Sus denuncias llegaron a ser notariadas para darle credibilidad y personalidad jurídica a las acusaciones. (Antes la firma de un notario era ley; hoy las cosas son distintas; ¡Hasta Peña Nieto piensa que con una firma notariada sus mentiras serán creíbles!).
No obstante, la sociedad y el PRI no perdonaron que el entonces panista y expresidente de la Coparmex acusara a de la O Almazán de “nepotista, ladrón, corrupto, saqueador” e “inepto político”.
En aquel entonces Gobernación decomisó todo diario o revista que hizo eco de las denuncias de Zeferino.
Pese a ser verdad que Rogelio era todo lo que Torreblanca afirmaba, nadie se metió con el entonces hijo predilecto del PRI e hijo putativo de Rubén Figueroa Alcocer, gobernador en funciones en tiempos de De la O Almazán.
La sociedad tampoco hizo mutis cuando Torreblanca llamó “patán” a Figueroa Alcocer, “mozo de estoques” y “enano de tapanco” a Manuel Añorve y “gobernador de papel” a Ángel Aguirre Rivero, que cubrió la vacante que dejó Figueroa luego de ser separado del cargo a raíz de los hechos sangrientos de Aguas Blancas, el 28 de junio de 1995.
Zeferino Torreblanca fue vetado de casi todos los diarios y revistas de Guerrero y solo dos o tres medios nacionales daban voz al “calumniador”, entre ellos Reforma y Quehacer Político, revista para la quien esto escribe fungía como corresponsal acreditado en el estado de Guerrero.
Rogelio de la O Almazán no era un gran político, tampoco fue un buen gobernante. La presidencia fue un premio por sus años de lealtad a los Figueroa. Sin embargo, era un buen amigo, lo digo con conocimiento de causa. Jamás me reclamó nada, salvo un “chingadazo” amistoso sobre el hombro izquierdo luego de una entrevista en presidencia. Él me bautizó como “diablo rojo” y desde entonces entablamos una gran amistad, pese a que no hubo ninguna relación publicitaria ni de “chayotes” de por medio, solo sanas distancias entre presidente y periodista.
Con el tiempo, Zeferino Torreblanca fue presidente de Acapulco (1999-2002) y fue allí donde con valor civil admitió que no era lo mismo criticar que gobernar.
Durante una entrevista exclusiva con Quehacer Político confesó que se pasó de la raya al haber criticado duramente a Rogelio de la O, a Manuel Añorve (ex Síndico Administrativo del gobierno de Rogelio, ex secretario de Finanzas del Estado y ex director de CAPAMA, todo durante el interinato de Ángel Aguirre en 1993 a 1996), a Rubén Figueroa Alcocer y a Ángel Aguirre Rivero, pues una vez en funciones como presidente descubrió que a la sociedad se le hace fácil exigirle imposible a los gobernantes, cuando debería ser más consciente y observar más allá de la realidad… a veces el dinero no alcanza, a veces no todo está al alcance del que gobierna, a veces no se tiene el poder necesario para exigirle al estado y la federación los recursos y atenciones que se requieren para poder estar bien con la gente, parafraseó. No es fácil ser presidente, no es fácil detentar el poder: no hay dinero que alcance para todas las necesidades de una ciudad tan demandante y exigente como Acapulco.
Después que a Zeferino Torreblanca, el presidente, no el crítico, le “llovió sobre mojado” como a los políticos y gobernantes del PRI que duramente había criticado, sintió en carne propia la impotencia de no poder cumplir con todo ni a todos, descubrió que el poder “no es monedita de oro” ni la investidura “varita mágica” para cumplirle a la gente todas las promesas hechas en campaña, mucho menos sus exigencias diarias.
En tiempos de Rogelio de la O, de Juan Salgado Tenorio, de Zeferino Torreblanca, de Félix Salgado y de Alberto López Rosas (Manuel Añorve y Luis Walton son otra historia, aunque con otra dosis de violencia más intensa) ya existía la violencia, existían el crimen organizado y el narcotráfico.
México, Guerrero, Acapulco no han estado exentos de sangre ni violencia desde sus orígenes.
Guerrero se caracteriza por ser un “estado bronco”, de guerreros dispuestos a “partirse la madre” con quien lo insulte o rete, como cualquier otro mexicano presto “al grito de guerra”.
La diferencia entre el Acapulco de Rogelio de la O y el de Evodio Velázquez es que el crimen organizado y el narcotráfico eran más mesurados. Ambos tenían un “código de ética” que les impedía asesinar mujeres y niños y/o dejar cuerpos por doquier, como si fuesen carpetas asfálticas.
El deterioro de la sociedad, de nuestros valores, de nuestros principios, son los principales causantes del estado caótico, terrorífico y sanguinario que vivimos. Tal es la magnitud de maldad que nos domina que la clase política se ha corrompido aún más y más, a grado tal que muchos políticos se han vuelto insensibles, impelidos por un espíritu de mezquindad y avaricia y poder desmedidos, además de adoradores del dinero.
No es novedad lo que ocurre en Acapulco, en Guerrero, en México. “El mundo entero yace en poder del inicuo (el diablo)”, dicen las Santas Escrituras. Los políticos son solo instrumentos de esta maldad, dicen algunos contextos bíblicos. Y si lo dice Dios, al menos yo no puedo contradecirlo.
Este hecho es importante para destacar por qué a la clase política le importa poco el altruismo, el amor al prójimo, gobernar con equidad y justicia y poner todo su empeño en proteger a sus gobernados.
Evodio no es el culpable de la violencia que tiene de rehén Acapulco. La violencia es una “papa caliente” que circula en manos de casi todos los políticos del mundo.
Estamos en el “fin del mundo”: lo que viene, comparado con lo que existe, será más terrorífico, dicen las mismas Santas Escrituras. Ni Evodio, ni Astudillo, ni Peña Nieto nos heredarán un Acapulco nuevo, un Guerrero mejor o un México prospero. De esto debemos estar conscientes todos.
Exigirle al alcalde, al gobernador, al Presidente de la República todo un ejército de soldados y policías no nos devolverá la paz ni el orden. El mundo evoluciona a pasos agigantados y la maldad también. Ay de aquél que se crea el cuento que habrá paz y orden en Guerrero o en Acapulco antes del 2018 o el 2021. Estas promesas solo le corresponden a Dios, no a Héctor Astudillo, y como han observado, ni Dios se atreve a garantizarnos paz y seguridad en tres o seis años. ¡Solo un loco podría emitir tantas estupideces!
Por consiguiente, lo que deberíamos hacer todos los que criticamos a nuestros gobernantes (me incluyo) es razonar más nuestros pensamientos.
Criticar menos, o criticar sin enjuiciar ni injuriar…
Proponer más y cumplir con nuestra parte que nos corresponde como ciudadanos…
Cierto, los políticos, los gobernantes nos salen debiendo, pero no es con insultos ni injurias como vamos a convencerlos de que nos atiendan.
A los mexicanos nos gustan los reflectores, ir en tropel tras la chusma, aunque esta se encamine al desfiladero.
Aplaudimos por aplaudir, injuriamos porque se siente “chido” que nos echen porras por lanzar consignas e injurias a lo ‘pendejo’.
Somos como los ratoncitos tras el flautista de Hamelin. Seguimos a quien nos engatusa con su flauta sin saber a dónde vamos.
Elegimos a nuestros gobernantes solo por que hablan bonito o son bonitos o se ven “buenas gentes”. No valoramos si tienen principios, si son de palabra o si son personas justas y rectas.
Es nuestra culpa que haya criminales legislando y gobernando. Es nuestra culpa, solo nuestra, que los políticos nos vean la cara cuando ya están en el poder. Es nuestra culpa que nos mientan, que nos estafen, que nos den siempre “atolito con el dedo”.
No nos gusta leer, saber nuestros derechos, queremos todo fácil y en ‘charola de plata’ o ‘peladito y en la boca’.
Si leyéramos más nuestra Constitución sabríamos las formas correctas de exigir nuestros derechos y hasta de enjuiciar a nuestros políticos.
A los políticos les conviene un pueblo ignorante, en caso contrario Acapulco, Guerrero y México serían otra cosa.
En lugar de trolear a los políticos en las redes sociales deberíamos hablar con prudencia y bases. Acusar, exigir, denunciar y exhibir a los culpables con los puntos sobre las íes.
Decirle a Evodio inepto o cualquier otro improperio no soluciona los problemas. Solo los empeora.
Razonar siempre ha caracterizado a las personas cultas, cuando injuriamos y maldecimos demostramos lo contrario.
Cierto, Evodio mismo debe reconocer que le está fallando al pueblo, que de acá para allá no es lo mismo que él ve de allá para acá, que sus asesores no todos son tan “inteligentes” como presumen, y que tiene que sacudirse las polillas y sabandijas que le estorban en la construcción de ese “Acapulco nuevo» que tanto promete. Al paso que va y con el gabinete y asesores que tiene, Evo se irá sin siquiera haberle darle a Acapulco “una manita de gato”.
Es cierto también que a los políticos hay que darles oportunidades, pero hay que mantenerlos vigilados constitucionalmente para que no abusen de nuestra confianza. De esta manera exigiremos, denunciaremos, exhibiremos apegados a derecho.
Después de todo esto, hay que recalcarlo:
De Evodio no depende la paz de Acapulco. Acapulco es rehén de intereses que sobrepasan el poder, autoridad e investidura del presidente. Acapulco es asunto de Seguridad Nacional, nos guste o no. Acapulco es “manzana” en discordia de grupos de poder más allá de Acapulco. Fuerzas superiores controlan la bestia que anda suelta en el puerto.
A Evodio hay que exigirle honestidad, transparencia y gobernanza. La bestia del narcotráfico y el crimen organizado que anda suelta en Acapulco está protegida por intereses que superan la supremacía del alcalde.
Al Gobierno Federal le corresponde gran porcentaje de culpabilidad y responsabilidad de la inseguridad que impera en el puerto. La policía local se declara impotente porque las armas que utilizan están reguladas por el Ejército. El narcotráfico y el crimen organizado no portan resorteras, sino armas de alto calibre que solo podrían hacerle frente las Fuerzas Armadas de México. Si alguien ha visto cómo los delincuentes se pasean frente al Ejército y Marina y los narcotraficantes venden sus drogas ‘frente a sus narices’ concordará que otros intereses impiden al presidente de Acapulco siquiera llamarle la atención al crimen organizado para que no hagan tantas “travesuras” en Acapulco. La única vez que lo intentó se le vino la federación encima y desató la ira de los dioses naranjas y tricolores que hallaron en el problema de la inseguridad la bandera idónea para aplastar a Evodio y así llegar electoralmente triunfantes al 2018.
Que Evodio debe hacer más que buenas intenciones para granjearse a sus gobernados, es cierto.
Que Evodio tiene que ser más honesto, más transparente y más coherente, también es cierto.
Pero si algo urge con Evodio es que se sacuda a tantos amigos y compadres que ni le ayudan ni le estorban y solo sirven para sangrar la nómina municipal. Cada trienio la Nómina Oficial del Ayuntamiento se incrementa casi un 50 por ciento de su capacidad. De Félix Salgado a Luis Walton la nómina se excedió más de 47 millones de pesos mensuales. Tanta carga a la sociedad no es justo, es abominable. No es justo que la nómina se sature por culpa de amigos, familiares, recomendados, compadres y hasta amantes que llegan a ganar entre 14 mil a 25 mil o 30 mil pesos mensuales… o casi 50 por ciento menos de lo que gana el presidente municipal y la “primera dama”, quienes oficialmente ganan entre 65 y 70 mil pesos mensuales..
Si algo urge también es que Evodio ponga gente capaz y responsable no solo en las policías de Acapulco, sino en aquellas áreas que tienen contacto más directo con la sociedad.
En Acapulco no existe la educación vial; en Acapulco no existen policías con criterio, la sociedad sigue molesta con los abusos, burocracia, soberbia y arbitrariedades en algunas dependencias municipales.
El Gobierno de Acapulco se halla reprobado en casi todas las ‘asignaturas’. Allí es donde Evodio debe comenzar a trabajar para menguar las críticas, en vista que su oficina de prensa solo sirve para tres cosas… sí, para eso que está pensando, menos para defender la imagen de Jesús Evodio Velázquez Aguirre.
A Evodio podemos acusarlo de populista, de ‘mentirosillo’, de poco transparente, pero no culparlo de la criminalidad que se pavonea en Acapulco. Insisto, una ciudad como la nuestra, rehén del narcotráfico y el crimen organizado de ‘altos vuelos’, es asunto de Seguridad Nacional. No lo digo yo, este hecho lo reconoció el mismo Presidente de la República, y lo avalan nuestras propias leyes, pero intereses muy fuertes impedirán que no solo en Acapulco y Guerrero veamos realizada esa paz y ese orden prometidos durante la campaña del señor Astudillo.
Seamos realistas, no culpemos a Dios de nuestras desgracias, Dios no nos eligió a Evodio ni a Peña ni a Astudillo.
“A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.
No poseo ni toda la verdad ni todo el derecho de imponer criterios, aunque todo lo escrito me acredita la responsabilidad de contenido; por ende, no etiqueto nadie por respeto a la libertad de pensamiento, no obstante, cedo el derecho para las discrepancias, solo recuerden que el “respeto al derecho ajeno es la paz”.
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