CIUDAD DE MÉXICO. * 20 de diciembre de 2019.
| Infobae.
Jesús Lemus Barajas dirigía el periódico El Tiempo de La Piedad, Michoacán, el estado donde el entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa lanzó la “Operación Limpieza”, su ya tristemente célebre guerra contra el narcotráfico, que se convertiría en el estandarte de su gobierno y terminó transformando a México en un gigantesco cementerio con más de 100,000 muertos.
En mayo de 2008, Lemus investigó historias oscuras de la complicidad del narcotráfico con fuerzas del Estado. Empezó a publicar información en la que relataba presuntas relaciones de gente cercana a Calderón con el Cártel de La Familia Michoacana, concretamente entre su hermana Luisa María Calderón y el narcotraficante Servando Gómez Martínez, “La Tuta”.
No midió las consecuencias de que seguir la barbarie acarrea pagar un precio muy alto. Un comando armado lo secuestró el 7 de mayo de ese año y lo llevó a una casa de seguridad en Guanajuato en donde fue torturado con bolsa de plástico en la cabeza, toques eléctricos en los testículos, y golpizas, para obligarlo a firmar una confesión de que pertenecía al crimen organizado. No lo doblaron.
Después de una semana de torturas fue presentado ante las cámaras de televisión como supuesto jefe de La Familia Michoacana. Sus plagiarios y torturadores eran militares y su secuestro no terminó en muerte porque llegaron reportes rápidos de su desaparición por parte de la organización Reporteros Sin Fronteras y se evitó el previsible trágico final.
«Me esposaron, me pusieron una capucha y me secuestraron dos días en un lugar desconocido a manos de policías. Ahí sufrí la tortura que yo ni siquiera me imaginaba que existía».
Sin embargo, eso no evitó que la fabricaran cargos criminales y fuera enviado al penal de Máxima Seguridad de Puente Grande, Jalisco, e ingresado al área de segregación denominada Centro de Observación y Clasificación en donde día a día luchan por sobrevivir los presos de más alta peligrosidad, la conocida como “selección nacional del crimen”.
Ahí convivió con grandes criminales como: Rafael Caro Quintero, Daniel Arizmendi, “El Mochaorejas”, “El Duby”, exlíder de los narcosatánicos, Juan Sánchez Limón, ex brazo derecho de “El Lazca”, del Cártel del Golfo, Alfredo Beltrán Leyva, “El Mochomo”; Daniel Aguilar Treviño, asesino confeso de José Francisco Ruiz Massieu; Mario Aburto, acusado del homicidio de Luis Donaldo Colosio, y “El Gato”, un personaje que hace confesiones insólitas y revela pasajes desconocidos de cómo eran los días en el penal cuando Joaquín El Chapo Guzmán estaba preso.
Lemus Barajas decidió que no se dejaría llevar por la depresión y el terror. Lo consiguió de la única forma que un periodista puede hacerlo: recuperando el espíritu del reportero y aprovechando las ventajas de un entorno brutal. Registró las conversaciones que sostuvo en esa área con estos personajes, lo que le dio material para escribir el libro: Los Malditos. Crónica negra desde Puente Grande, una serie de entrevistas con estos peligrosos criminales y un relato del horror que vio y vivió.
Logró ingeniárselas para escribir en el día lo que algunos de los célebres delincuentes y vecinos de celda le contaban entre susurros por la noche. Sacaba de la cárcel, los textos escritos en las raciones de papel sanitario a las que tenía derecho diariamente. Las tiras de papel las doblaba en pequeñas piezas que escondía y después entregaba a su esposa en las visitas conyugales para que se las llevara metidas dentro de los zapatos.
Después de tres años en ese infierno carcelario Jesús Lemus fue absuelto por un juez y salió en libertad. Su testimonio plasmado en el libro es sólo un botón de muestra, pero confirma el nivel de brutalidad, en grado extremo, que se dio durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa cuando un presidente desesperado por conseguir legitimidad concedió al Ejército, la Policía Federal Preventiva y la Marina manos libres para convertir a los civiles -molestos, sospechosos o críticos- en blanco directo de la guerra sucia.
Al igual que altos funcionarios y militares acusados por supuestos testigos protegidos resultaron inocentes, civiles injustamente encarcelados tampoco tuvieron culpa alguna, sólo la mala suerte de que gente con poder quisiera desaparecerlos.
Sin embargo, desde su salida de la cárcel la vida ya no volvió a ser igual para Jesús Lemus, pues vive en el exilio, bajo amenazas constantes, no tiene residencia fija y siempre bajo un protocolo de seguridad que le impide estar con su familia.