Jorge Zepeda Patterson
] Percepción.
Al presidente mexicano le gusta el béisbol, pero no hay refrán deportivo que más le acomode que el dicho futbolero «no hay buen portero sin suerte». Lo mismo puede decirse de un presidente. La detención en España de Emilio Lozoya, el exdirector de Pemex vinculado a los escándalos de Odebrecht, anunciada este miércoles viene de perlas al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que llevaba varios días sumido en el desgastante proceso de defender el sorteo de un avión (sin avión) y aguantar la indignación de las y los agraviados por declaraciones desafortunadas sobre el tema de los feminicidios.
La aprehensión del funcionario, símbolo de la corrupción del régimen anterior, y la posibilidad de que esto desencadene por fin una investigación sobre el expresidente Peña Nieto y su círculo íntimo, ayudará a poner en perspectiva las verdaderas batallas en la que está metida la 4T, más allá de los desgastantes escándalos coyunturales.
En este espacio se ha comentado la importancia estratégica que tienen las conferencias de prensa diarias que concede AMLO, las llamadas Mañaneras, con el propósito de construir y defender su propia narrativa, habida cuenta del peso mediático de sus muchos detractores. Pero responder a los ataques, críticas y polémicas de manera continua e improvisada supone riesgos. En ocasiones pasamos días metidos en debates interminables sobre un desliz real o aparente del mandatario o la ocurrencia que, en opinión de sus adversarios, confirma que el hombre está desequilibrado.
A mi juicio, en medio de toda esta alharaca perdemos de vista lo que sí está pasando. Carlos Slim, un hombre práctico por donde se mire, lo resumió este martes: «Yo creo que han habido resultados en materia económica muy importantes, se ha mejorado el poder adquisitivo de la población, se ha aumentado sustancialmente el salario mínimo, pero lo bueno es que vino acompañado de una inflación moderada». Lo que hace falta es inversión, ya están los proyectos, pero hay que acelerarlos, agregó. Y es que, pese a la pasión encendida de la crítica, que haría pensar en un país al borde del abismo, México está metido en un proceso de cambio que era urgente y necesario, y que más allá de las muchas improvisaciones o errores de implementación, se ha conducido con estabilidad y responsabilidad.
El peso está fuerte, lo que entre otras cosas significa que no hay fuga significativa de capitales, la disciplina ante la deuda pública es mayor que en gobiernos anteriores, está comenzando a revertirse por fin el patrón de desigualdad entre sectores sociales, ramas económicas y zonas geográficas, se ha declarado la guerra al gasto suntuario y a la corrupción, se está saneando la vida democrática de los sindicatos, se ha suspendido la «compra» editorial de medios de comunicación mediante la publicidad, se ha conseguido firmar el nuevo tratado de comercio en medio de un clima hostil y la difícil relación con Estados Unidos se ha sostenido con responsabilidad y mesura. No es poca cosa para un primer año de gobierno. La economía prácticamente se estancó, lo cual no es inusual al arranque de sexenio y podría tener un crecimiento modesto en 2020. La seguridad pública sigue devastada, pero apenas comienza a instrumentarse el ambicioso proyecto de incorporar 140.000 elementos a la Guardia Nacional y el gobierno asegura que a fines de este año las cifras rojas habrán comenzado a declinar. Quizás. Lo que nadie puede poner en duda es la aplicación del presidente al tema, al que dedica la primera hora de la mañana, de 6 a 7 todos los días, algo que contrasta con el desinterés negacionista de su predecesor.
En suma, el balance es mucho mejor de lo que permite entender el clima de linchamiento que se respira en muchos ambientes de la sociedad mexicana en contra de AMLO. 71% de los habitantes lo aprueba, pero el otro 29%, o una parte significativa de ellos, lo detesta más que hace un año. Sea porque sus intereses han sido afectados, porque rechaza ideológicamente las tesis de la 4T o porque la figura presidencial simplemente les provoca urticaria. Sospecho que mucho del antagonismo tiene que ver más con el personaje (su procedencia, sus formas y sus dichos) que con un balance puntual de su administración.
Bajo este escenario, la aprehensión de Lozoya es oro molido para el mandatario porque pone las cosas bajo otra perspectiva. De repente la ocurrencia del surrealista sorteo de un avión parece anecdótica frente al soborno de 10 millones de dólares o la compra infame de una refinería destartalada en 442 millones de dólares. El pecado de no pronunciar las eses, no hablar de corridito o empeñarse en viajar en aviones comerciales parece peccata minuta frente a los contratos leoninos con cargo al erario, el uso de helicópteros oficiales para jugar golf con el presidente o cobrar un millón de pesos por entrevista a aspirantes a convertirse en proveedores de Pemex.
Con todos sus defectos y peculiaridades López Obrador está intentando hacer las cosas diferente. Peña Nieto era fotogénico, portaba la corbata perfecta y trataba de decir solo lo políticamente correcto, pero dejó al sistema en una crisis tal de legitimidad que el México profundo decidió provocar un viraje y López Obrador es el resultado. Es lo que es, y más allá del modo y las animadversiones, las intenciones de cambio están a la vista. Los resultados también. El caso Lozoya y lo que destape podría convertirse en un antes y un después en el combate a la corrupción. Veremos.