* Por las esperanzas depositadas en él, por el cambio que prometió, por las prácticas presidenciales que tanto dañaron al país, AMLO tiene el compromiso moral de comportarse mejor que Fox, Calderón y EPN.
» Denise Dresser.
] Apro.
Vivir para ver y no creer. El candidato que denunció la intervención de otros presidentes en procesos electorales, ahora quiere intervenir en ellos. El aguerrido opositor que criticó la propaganda política a favor del PRIAN, ahora justifica desplegarla a favor de Morena. El defensor del terreno nivelado de juego para la contienda, ahora pretende alterarlo para beneficiar a su partido.
En el pasado, López Obrador le gritó “Cállate, chachalaca” a Vicente Fox cuando se entrometió en las campañas; en el presente quiere emularlo. AMLO se va pareciendo cada vez más a quienes sustituyó. Con tal de ganar, está dispuesto a violar las reglas. Con tal de construir la hegemonía morenista, está dispuesto a emular las peores prácticas que pasó 18 años acusando. Al reclamar que el INE lo censura, el presidente se está PRIANizando.
Y se aleja del camino y de las leyes que él mismo impulsó. Luego de la turbulenta elección de 2006, López Obrador exigió reformas de gran envergadura para que no volviera a suceder lo que él y el PRD habían padecido: el proselitismo político de Vicente Fox en contra de su candidatura, la cargada de la cúpula empresarial en los medios con el objetivo de impedir su triunfo, la llamada “guerra sucia” a través de los spots “López Obrador, un peligro para México”.
Todo lo que el establishment hizo para frenar su llegada a la Presidencia, incluyendo la violación abierta de la legislación electoral. Todo eso que el INE permitió y minimizó y no sancionó. Todas las irregularidades que AMLO se dedicó a exponer, y que condujeron a la reforma electoral de 2007. Una reforma promovida, negociada y aplaudida por López Obrador, cuyo espíritu actualmente traiciona.
Aquello que AMLO reprobó era el uso del poder para perpetuarse en el poder, marginando a la oposición. Y por eso la reforma de 2007 prohibió la compra de tiempo en los medios por particulares, prohibió la denostación entre partidos, prohibió el uso de la propaganda política por parte del gobierno en turno. Fue una reforma restrictiva, y por esa razón, muy controvertida.
Pero se volvió la ley y obligó a los presidentes a mantenerse al margen de las contiendas, ante el efecto pernicioso de su intervención. Precisamente por la historia de cargadas priistas y desafueros panistas, López Obrador exigió que el Poder Ejecutivo sacara las manos, y se benefició de que a Calderón y a Peña Nieto se las ataran. Buscó callarlos, y logró avanzar políticamente gracias a la mordaza que la autoridad electoral tuvo la obligación de colocarles.
El INE no siempre lograba su objetivo ni lo perseguía con la consistencia necesaria, pero la sociedad demandaba que aplicara la ley, y que los predecesores de AMLO se atuvieran a ella. Por ello, resalta aún más la incongruencia lopezobradorista: como opositor demandó equidad, pero como presidente no le preocupa violarla. Como opositor demandó la aplicación cabal de la legislación electoral, pero como presidente promueve la excepción. Lo que para sus predecesores era presión para someterse a la legalidad, para él es censura. Lo que embestía como propaganda por parte de Fox y Calderón, defiende como “información” por parte de su propio gobierno.
La mañanera será muchas cosas, pero no es un ejercicio transparente ni verificable de información. Tan es así, que la Oficina de la Presidencia se ha negado a proporcionarle al INAI los datos detrás de las afirmaciones presidenciales. López Obrador usa la conferencia para acusar sin pruebas, para atacar a periodistas y a medios como Proceso, para difundir cifras que no se pueden verificar, para tergiversar datos o reclamar que se tienen “otros datos”, para enviar a miembros del gabinete a mentir, para presentar narrativas inexactas o falsas, para justificar errores y resignificarlos como virtudes, para lapidar a enemigos y proteger a amigos, para hacer anuncios que contravienen la Constitución o la normatividad gubernamental. No es una conferencia de prensa, es una simulación.
No es un ejemplo de transparencia democrática, es un abuso de poder. No es un foro para la rendición de cuentas, es una misa. No es un “ejercicio circular de información”, es un ejercicio de genuflexión. Ahí no se informa, se recluta. Ahí no se presenta un panorama honesto del país y de quien lo gobierna, se rinde pleitesía.
La mañanera constituye un ejemplo de propaganda para defender al gobierno y denostar a la oposición. Por esa razón, le es aplicable la veda electoral parcial, marcada en la legislación. No porque el INE lo decida, sino porque la Constitución lo establece. Cuando tomó posesión, el presidente juró respetarla, y no sólo cuando le resultara conveniente.
Como ha argumentado el periodista Javier Garza Ramos, “el debate sobre transmitir la mañanera del presidente López Obrador (durante la temporada de elecciones) se resuelve con una sola pregunta: ¿Quién hubiera apoyado que Peña Nieto transmitiera una conferencia diaria en 2015, o Calderón en 2009, o Fox en 2003?”. Ningún demócrata, ningún miembro de la izquierda, nadie que comprendiera la historia electoral de México lo hubiera permitido.
Por las esperanzas depositadas en él, por el cambio que prometió, por las prácticas presidenciales que tanto dañaron al país, AMLO tiene el compromiso moral de comportarse mejor que Vicente Fox y Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Él, que luchó por desmantelar el predominio del PRI, nivelar el terreno de juego para la competencia partidista, desarmar el sistema de partido hegemónico y transitar hacia una democracia menos disfuncional, no debería impugnar las reglas del juego para morenizarlo.
Clamar “censura” frente al uso propagandístico de la mañanera es justificar para sí mismo lo que no toleró en los demás. Hacer eso es ignorar de dónde viene, quién fue y quién debería ser. Un demócrata y no un presidente PRIANizado.