» Olga Pellicer
] Apro
Desde hace algunos años la literatura sobre relaciones internacionales comenzó a dedicar atención a los problemas de “un mundo en caos”.
Formaban parte de ese caos el desconocimiento de normas del derecho internacional que se creían firmemente establecidas; el debilitamiento de alianzas tradicionales del mundo occidental, entre las que se encontraba, por ejemplo, la OTAN; el retiro de Estados Unidos de diversos organismos especializados de las Naciones Unidas; el surgimiento de China como un poder innegable que extendía su influencia a través del mundo; la resistencia en gran número de países a adoptar compromisos para enfrentar problemas globales.
Adentrados ya en la tercera década del siglo XXI, el mencionado caos no retrocede; por el contrario, se profundiza. El motivo principal es la pandemia, cuyos efectos devastadores sobre la salud y la economía se mantienen. Las grandes esperanzas depositadas en la vacuna comienzan a esfumarse y surgen, en cambio, el escepticismo y el temor. El proceso de vacunación ha sido muy irregular; ha tenido éxito en unos cuantos países ricos, pero la mayoría se encuentra muy lejos de poder completar la vacunación de, al menos, 30% de la población y en numerosos países de África y otros continentes todavía no se aplica la primera vacuna.
Paralelamente, la aparición de nuevas cepas más resistentes y mortales ha despertado la alarma en el mundo entero. Es evidente que semejante amenaza hace muy incierta la recuperación de la situación económica y social que se encuentra tan dañada.
En otro orden de cosas, la rivalidad entre China y Estados Unidos por la hegemonía mundial es el telón de fondo frente al que se desarrollan guerras comerciales, nacionalismos económicos que se creían superados, desconfianza entre antiguos aliados e incertidumbre sobre el alcance y significado de adelantos tecnológicos muy valiosos pero de consecuencias impredecibles.
El regreso de Estados Unidos al escenario internacional, bajo el liderazgo del demócrata Joe Biden, ha dado un suspiro de alivio después del capítulo tan disfuncional para la cordialidad entre los líderes mundiales que representó el comportamiento internacional de Donald Trump. La participación de Biden en la reunión del G7 y, después, en la reunión de la OTAN fue positiva para la cohesión de los países más industrializados y para la recuperación del sentido de identidad de los miembros de la alianza atlántica. Dejó, sin embargo, dos preocupaciones: la primera, el cumplimiento incierto de los compromisos acordados por Biden debido a la estrecha mayoría que tiene el Partido Demócrata en el Congreso y las posibilidades de que la pierda en las elecciones intermedias de 2022.
La segunda es la incorporación de China en el ideario de la OTAN que por primera vez se refiere a ella como un país “cuya influencia creciente y políticas internacionales pueden presentar retos que debemos enfrentar juntos como aliados”. Esta frase despierta el temor a una segunda Guerra Fría, cuyas consecuencias serían muy negativas para la paz y la estabilidad mundiales.
Desde el punto de vista regional, América Latina es uno de los espacios más dañados en el mapa de la política internacional. La región se encuentra atorada entre el bajo crecimiento económico, la desigualdad ancestral y la violencia en ascenso. La pandemia profundizó esos males al haber tenido sus efectos más negativos entre los grupos desfavorecidos de la población, entre quienes el índice de letalidad ha sido muy elevado, y al incrementar las dificultades para recuperar los niveles de empleo que se tenían antes de la misma.
A los problemas anteriores se suma la polarización intensa dentro de sus sociedades, el fracaso de sus instancias de cooperación y concertación política, la mayoría de las cuales están debilitadas, como la Alianza del Pacífico; a punto de desaparecer, como la CELAC, o francamente ya inexistentes, como la Unasur.
El desdibujamiento de América Latina como región capaz de expresarse con una sola voz la convierte en un actor irrelevante dentro de las luchas que se den para reconfigurar el orden internacional para mediados del siglo XXI. No están a la vista posibles liderazgos latinoamericanos, causas y objetivos comunes, identidades compartidas o principios a defender.
La posición de México en esas circunstancias llama la atención por lo que fue y lo que ya no es. Durante el siglo XX México desempeñó un papel importante en el desarrollo del orden jurídico internacional a través de su notable participación en los foros jurídicos de Naciones Unidas. Dejó también una huella muy honda en los esfuerzos para acotar el peligro siempre presente de las armas nucleares, dado su papel definitorio en la creación y adopción del Tratado de Tlatelolco, el cual hizo de América Latina la primera zona del mundo libre de armas nucleares.
En el ámbito regional, México se distinguió por haber creado, en los años difíciles de la Guerra Fría, el primer foro de concertación política para asuntos de seguridad en América Latina: el Grupo Contadora para la pacificación de Centroamérica que antecedió la creación del Grupo de Río, la instancia de concertación política que, durante muchos años, permitió tener posiciones comunes ante diversos temas de la agenda de la Asamblea General de la ONU.
Algunos años más tarde, en la segunda década del presente siglo, México fue el promotor y creador de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), organización que preside actualmente sin demasiadas esperanzas de lograr que sobreviva, dada la indiferencia de algunos países que la han abandonado, como Brasil; las carencias de financiamiento y el ánimo generalizado de indiferencia hacia sus trabajos.
Aquellos años de participación activa y prestigio en foros multilaterales pertenecen al pasado. El actual gobierno del presidente López Obrador ha sido congruente con su decisión de no mirar hacia el exterior (con la única excepción de la relación con Estados Unidos, único país al que ha viajado) por considerarlo una distracción innecesaria para sus propósitos de transformación interna.
Así, México está en un mundo en caos, sin interés ni posibilidades de contribuir a la búsqueda de caminos menos inciertos y riesgosos.