VARSOVIA, Polonia. * 25 de febrero de 2022.
) AP
Pasó mucho tiempo desde que la amenaza del uso de armas nucleares fue esgrimida tan abiertamente por un líder mundial, pero Vladimir Putin lo acaba de hacer, advirtiendo en un discurso que Rusia tiene las armas disponibles si alguien se atreve a usar medios militares para intentar detener la invasión a Ucrania.
La amenaza tal vez sea vacía, una mera muestra de colmillos por parte del presidente ruso, pero se notó. Encendió visiones de un resultado de pesadilla donde las ambiciones de Putin en Ucrania podrían conducir a una guerra nuclear por accidente o error de cálculo.
“En cuanto a los asuntos militares, incluso después de la disolución de la URSS y la pérdida de una parte considerable de sus capacidades, la Rusia de hoy sigue siendo uno de los Estados nucleares más poderosos”, dijo Putin en su discurso previo a la invasión el jueves por la mañana.
“Más aún, (Rusia) tiene cierta ventaja en varias armas de última generación. En este contexto, no debería haber ninguna duda para nadie de que cualquier agresor potencial enfrentará la derrota y consecuencias siniestras si ataca directamente a nuestro país”.
Al simplemente insinuar una respuesta nuclear, Putin puso en juego la inquietante posibilidad de que la lucha actual en Ucrania al final se convierta en una confrontación atómica entre Rusia y Estados Unidos.
Ese escenario apocalíptico es familiar para quienes crecieron durante la Guerra Fría, una época donde a los estudiantes estadounidenses se les decía que se resguardaran debajo de sus escritorios si sonaban las sirenas nucleares, pero ese peligro se fue alejando gradualmente del imaginario colectivo después de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, cuando las dos potencias parecían estar en un camino hacia el desarme, la democracia y la prosperidad.
Antes de eso, incluso los jóvenes entendían la aterradora idea detrás de la estrategia de destrucción mutua asegurada, un balance en las capacidades nucleares que estaba destinado a mantener las manos en cada lado alejadas del botón rojo, sabiendo que su uso podría terminar en la aniquilación de ambos bandos en un conflicto.
Sorprendentemente, ningún país ha usado armas nucleares desde 1945, cuando el presidente estadounidense Harry Truman arrojó bombas sobre Japón creyendo que era la forma más segura de poner fin rápidamente a la Segunda Guerra Mundial. Lo hizo, pero con una pérdida de alrededor de 200.000 vidas, en su mayoría civiles, en Hiroshima y Nagasaki. En todo el mundo, incluso hoy, muchos lo consideran un crimen contra la humanidad y se preguntan si valió la pena.
Durante un tiempo breve después de la guerra, Estados Unidos tuvo el monopolio nuclear, pero la Unión Soviética anunció unos años después su propia bomba nuclear y los dos bandos de la Guerra Fría se embarcaron en una carrera armamentista para construir y desarrollar armas cada vez más potentes durante las siguientes décadas.
Con la desaparición de la Unión Soviética en 1991 y su transición a una anhelada democracia bajo el mandato de Boris Yeltsin, Estados Unidos y Rusia acordaron limitar sus arsenales. Otras naciones postsoviéticas, como Ucrania, Kazajistán y Bielorrusia, renunciaron voluntariamente a las armas nucleares de su territorio tras la disolución de la URSS.
En los últimos años, cuando se hablaba de armas nucleares, solía ser en el contexto de frenar su proliferación en países como Corea del Norte e Irán. (Irán niega querer poseerlas y Corea del Norte ha ido desarrollando, de forma lenta y constante, tanto sus armas nucleares como sus mecanismos de lanzamiento).
Cuando el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó de manera implícita con utilizar armas nucleares contra Corea del Norte en agosto de 2017, muchos se escandalizaron.
Antes de que la diplomacia y sus infructuosas cumbres con Kim comenzaran al año siguiente, Trump ya se había pronunciado al respecto: “Más vale que Corea del Norte no amenace más a Estados Unidos”, dijo en su club de golf de Bedminster, Nueva Jersey. “Se les responderá con fuego y furia como el mundo nunca ha visto”. Pero el arsenal nuclear de Corea del Norte es mucho menor que el de Rusia.
Desde que surgió la crisis con Ucrania, el presidente Joe Biden ha sido consciente del peligro que supone una guerra nuclear entre Rusia y la OTAN. Desde el principio, afirmó que la OTAN no enviaría tropas a Ucrania porque podría desencadenar una lucha directa entre Estados Unidos y Rusia, lo que llevaría a una escalada nuclear y posiblemente a la Tercera Guerra Mundial.
Se trataba de una admisión casi implícita de que Estados Unidos no se enfrentaría militarmente a los rusos por Ucrania y que, en cambio, recurriría a sanciones extraordinarias para colapsar gradualmente la economía rusa.
Pero la admisión también incluía otra verdad: A la hora de luchar contra una invasión rusa, Ucrania se quedaría sola porque no es miembro del tratado y no puede beneficiarse de la protección nuclear de la OTAN.
Sin embargo, si Putin intentara atacar a uno de los aliados de Estados Unidos en la OTAN, la situación sería diferente, porque el pacto se compromete plenamente a la defensa mutua, según Biden.
Sabiendo que Biden ya había descartado una respuesta militar, ¿por qué se molestó Putin en plantearla en su discurso?
En parte, puede haber querido mantener a Occidente fuera de balance, para evitar que tome una acción agresiva para defender a Ucrania contra la campaña relámpago de Putin para apoderarse del país.
Pero el contexto más profundo parece ser su gran deseo de mostrar al mundo que Rusia es una nación poderosa que no debe ser ignorada. Putin habla repetidamente de la humillación de Rusia tras el colapso soviético. Al esgrimir el argumento nuclear, emuló las bravatas con las que la Unión Soviética había enfrentado a Estados Unidos y se había ganado, en su opinión, el respeto.