» CARLOS | LORET DE MOLA
) The Washington Post
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), entra a su quinto y penúltimo año de gobierno instalado en un modo de campaña electoral. Sus palabras, sus acciones y sus políticas de gobierno están abiertamente dirigidas a ganar la elección presidencial del verano de 2024. Tiene una sola prioridad: garantizar, con sus decisiones y acciones electorales, su permanencia al mando del país, aunque ya vivirá en la comodidad de su rancho. Por si quedara duda, hace unos días encabezó una marcha multitudinaria —nutrida con el acarreo de participantes a cambio de dinero— que lo devolvió al lugar donde se siente como pez en el agua: el mitin.
Durante su cuarto año de gobierno, López Obrador dio el banderazo de la carrera por la candidatura presidencial de su partido, Morena. Fue nombrando e impulsando a quienes están compitiendo por la candidatura. Después los animó a recorrer el país, les entregó un discurso que ellos se limitan a repetir y hasta les armó la marcha del domingo 27 de noviembre, la más importante movilización política del oficialismo, que él encabezó mientras era flanqueado por los aspirantes a sucederlo.
En el quinto año, él tomará la decisión de quién será la candidata o candidato presidencial de Morena. Durante los meses previos ha quedado claro que ninguna de sus opciones —“corcholatas”, les llama a Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López y Marcelo Ebrard— lo empata en conexión con la gente ni capacidad de emocionar. Ninguno tiene, ni cerca, las virtudes que llevaron al propio AMLO al poder. Por eso el presidente ha mandado cada vez más señales de que será él mismo quien se ponga al frente de la campaña, para que el electorado piense que sigue votando por él, aunque en las boletas aparezca otro nombre. Al final, lo que importará es que será él quien estará detrás del siguiente gobierno.
No será éste su único reto electoral. Tendrá que atender también la amenaza de rompimiento en las filas de Morena. De entrada, el recurrente amago de salida del poderoso coordinador de los senadores, Ricardo Monreal, quien ha querido ser incluido en la lista de presidenciables aunque AMLO siempre lo ningunea. Monreal parece estar más afuera que adentro de Morena y, si se cristaliza su salida, será una primera ruptura.
Al mismo tiempo, la oposición empieza a dar señales de vida. Los partidos rivales se han reagrupado y hablan de presentar una candidatura de unidad. Hasta el momento, se han mantenido como un grupo sólido en el Congreso para votar en contra de la reforma electoral que propuso el presidente y ya empezaron a presentar ante la opinión pública a algunas de sus figuras que quieren buscar la presidencia. Para nada es que entusiasmen, pero al menos ya se mueven, cosa que no había sucedido en los años pasados.
La sociedad civil se mantiene como el mayor contrapeso a las pretensiones autoritarias del presidente: la marcha que organizó AMLO para respaldar a su gobierno fue en respuesta a una manifestación en favor del Instituto Nacional Electoral, que también juntó a cientos de miles de personas en las calles. En gran medida fue una marcha contra el presidente y eso caló hondo en Palacio Nacional, le puso sabor a la sucesión presidencial y despertó una necesidad adolescente en López Obrador de demostrar su propio músculo de inmediato.
La marcha contra la reforma electoral le demostró al presidente que existe rechazo a su gobierno, que los agraviados por su administración se están organizado y que 2024 no será el paseo por el parque que imaginaba. Con más razón se va a volcar ahora a hacer campaña, un lugar donde se le ve feliz. Es su elemento, lo que le gusta, donde se encuentra pleno. La campaña es como el noviazgo y el gobierno es como el matrimonio: el presidente es un crack en lo primero y un fracaso en lo segundo.
La situación del país en este año es más crítica que al inicio de la presidencia de AMLO, en diciembre de 2018, y sus compromisos más importantes han sido incumplidos: según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, México pasó de 44 a 45 millones de personas en pobreza en el gobierno de López Obrador; también hay más personas sin atención en salud, sin cobertura médica y con desabasto de medicamentos. Hay mayores niveles de violencia, los escándalos de corrupción han llegado a su familia y las perspectivas de crecimiento económico para 2023 son menores a las de este año.
Pero gobernar no es lo que preocupa al presidente. Eso se lo ha encomendado al Ejército, el súper poder en una administración que se dice de izquierda. Mientras López Obrador está en campaña, el Ejército gobierna. El templete es el lugar donde a AMLO se le permite radicalizarse sin oposición, donde su discurso polarizante es bien recibido, donde puede lanzar acusaciones sin consecuencias. Le sale bien. Que del país se ocupen otros mientras él se hace cargo de las siguientes elecciones presidenciales.