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» Ángel | Blanco
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La «Ley Número 34» de la magistral obra de lectura política del escritor estadounidense Robert Greene cobija una máxima que debieran aplicarse casi todos los políticos, especialmente aquellos que se sienten soberanos pero no representan ni inspiran «poder» ni «respeto» más allá de su sombra.
Ejemplos a nivel mundial y nacional sobran… y Acapulco no es la excepción.
La que se siente ‘dueña’ y ‘patrona’ del municipio (hablamos de la ‘cara visible’, no de la que ejercer el verdadero ‘poder’) le hacen falta asesores profesionales que la ubiquen en el sitio que le corresponde, no aduladores serviles como los que permiten que su patrona sea una burla internacional cada vez que abre la boca para emitir sandeces de toda suerte personal o política.
La citada ‘ley de poder’ precisa que en lugar de exigir respeto a su persona o su investidura de manera vulgar, intimidante y grotesca (como ya saben quién), la forma de actuar de quien detente el poder «determinará cómo lo tratarán los demás. Una presencia vulgar o común hará que la gente le pierda el respeto», dice Green.
«Un rey se respeta a sí mismo e inspira el mismo sentimiento en los demás», añade. Y continúa: «Al adoptar una actitud de rey, mostrando confianza en su propio poder, logrará que lo consideren destinado a llevar una corona real sobre la cabeza. La táctica nunca deberá apoyarse en la humillación de los demás».
De la mano de esta máxima de poder, se pudiera amalgamar la «Ley Número 1» del mismo libro ‘Las 48 Leyes del Poder’, que en su título suscribe: «Nunca le haga sombra a su amo».
¿Qué significa esta frase?
La recomendación práctica de Greene «es esforzarse por conseguir que aquellos que están jerárquicamente por encima de (uno) se sientan cómodos con su sensación de superioridad».
Para tal efecto, aconseja “no permitir que los deseos de complacerlos o impresionarlos lo induzcan a hacer ostentación de sus talentos y de su capacidad, ya que ello podrá generar un efecto opuesto al deseado».
«¡Hágalos aparecer siempre más brillantes de lo que en realidad son… y accederá a la cumbre del poder!”, advierte Greene.
En otras palabras, respetar la investidura de quienes son superiores en jerarquía empresarial o política fructifica en acuerdos o proyectos conjuntos con los mismos objetivos o, por lo menos, mutuo respeto entre ambas partes.
El 30 de julio de 2017, el exalcalde Evodio Velázquez Aguirre quiso imponerse ante la investidura del exmandatario Héctor Astudillo, a quien acusaba de no hacerle caso a sus peticiones para supuestamente mejorar Acapulco –que lucía igual de insalubre y abandonado que el de Adela Román y, actualmente, luce el de Abelina López–, quien con carácter diplomático le recordó públicamente que el Gobernador era él, no Evodio, a quien textualmente dijo: Yo soy el Gobernador, usted el presidente municipal». Acto seguido, con mucha diplomacia, le recordó sus tareas: «Presidente municipal, reciba usted el saludo fraterno del gobernador, que ejerce sus funciones a plenitud, como yo deseo que usted como presidente municipal las ejerza también»… y Evodio no tuvo otra que digerir su amargo orgullo ante decenas de ‘matraqueros’ que lo habían venido vitoreando cada vez que Astudillo visitaba Acapulco.
En el caso actual, la soberbia de Abelina López Rodríguez ha sido manifiesta, sin recato algo, en todo aspecto de su vida; no ha sido un secreto que ha tratado de competir en popularidad con la gobernadora Evelyn Salgado, quien astutamente ha sabido guardar la diplomacia política bien aprendida de su padre, el senador Félix Salgado Macedonio, y eso ha hecho que la alcaldesa en cuestión, la mayoría de las veces, siempre quede en ridículo en cada intento por sentirse superior a la mandataria estatal.
El hecho de que la federación y el estado estén rescatando el municipio que gobierna debería ser un acto de vergüenza para Abelina López, pues es gracias a su incapacidad, a su soberbia, a su falta de conocimiento de lo que significa gobernar, a pesar de sus cacareos de que ‘con cargo o sin cargo sí cumple’, es lo que ha propiciado a pulso que Federación y Estado salgan a rescate de Acapulco, sin contrapuntearse con la alcaldesa emanada del mismo partido en el poder en los tres niveles de gobierno.
En el encuentro sostenido este jueves en Casa Guerrero, Abelina López lució sonriente por la «suma de esfuerzos» y «trabajo coordinado» propuestos por la Gobernadora Evelyn Salgado Pineda para la proyección fraterna de Acapulco «en rubros prioritarios y de bienestar para el puerto y sus habitantes».
No obstante, quienes conocen la altivez innata de Abelina podrán coincidir que la sonrisa de la alcaldesa de Acapulco se notó forzada, fingida, frente a una Gobernadora joven pero con mucho aplomo, segura de su investidura, jerarquía y de sus acciones públicas no solo a favor de Acapulco, sino de todo el estado, donde a pesar de algunos temas que se hallan aún en la mesa de los debates, como la seguridad, principalmente, gracias a que la Fiscalía General del Estado y su titular, Sandra Luz Valdovinos, prácticamente se han convertido en un gran estorbo, se ha palpado un signo de gobernanza contrario a augurado a principios del sexenio.
No, no se trata de lisonjear con estas líneas a la mandataria estatal, sino de recordarle a la alcaldesa de Acapulco que el bienestar social de los acapulqueños no es privativo de su gobierno, sino de trabajo conjunto, con disposición y humildad, de la mano de la Federación y del Estado, porque por algo dice bien el dicho: «mejor son dos que uno, porque si uno cae, el otro lo levanta». En el caso de Acapulco significa lo mismo: «Lo que el municipio no pueda, que se pida ayuda al Estado o la Federación», que el objetivo es el mismo: «el bienestar de Acapulco y sus habitantes», tal como se lo plasmó claramente al gobernadora Salgado a la presidenta López.
Si doña Abelina quiere borrar de la mente de los acapulqueños y de los del extranjero la idea de la ‘pocilga’ y el ‘retrete’ que gobierna, como acertadamente expresó el exgobernador Zeferino Torreblanca Galindo, dada las condiciones insalubres y de abandono que refleja Acapulco, deberá comenzar por rodearse de personas «que no piensen, ni se comporten ni se expresen como ella», sino de asesores capaces que la orienten con carácter y diplomacia a conducirse como lo que es: «una alcaldesa, no una burda lideresa de colonias que se hace notar a punta de amenazas de corte criminal y expresiones coloquiales o desafortunadas no propias de su investidura.
Y lo más importante: «En lugar de competir con sus superiores o exigir un respeto que aún no ha sabido ganárselo, Abelina López debería comenzar por trabajar mucho en la humildad, cuyo atributo no se logra con doctorados ni años de gestoría social, sino con calidez humana que tanta falta le hace a su persona. El día que Abelina recapacite y asuma su responsabilidad, aceptando ser ayudada cuando no pueda, ese día, Abelina será tratada ‘en grande’ como una ‘reina’, no como una ‘alcaldesa placera’ cegada por la ambición el poder».
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