Tiempos de libertad y civilidad periodística…
El Santo Oficio
Ángel Miguel Blanco
massiosare@msn.com
Seamos honestos: mientras los periodistas no seamos honestos con nosotros mismos, la sociedad no volverá a creer en nosotros, mucho menos las instituciones y sus actores políticos nos restituirán el respeto perdido desde más de un par de décadas atrás.
Consciente estoy que este artículo llenará mi alforja de más ‘enemigos’ gremiales que odian mi estilo y perspectivas de ver el periodismo desde un ángulo imparcial y propositivo; empero, no lo hago para ofender a nadie, alguien tiene decir las cosas por su nombre, y aunque no seré yo, sí intentaré dar mi personal opinión de lo que todos sabemos ocurre en Guerrero con el gremio periodístico, exclusivamente, sin pretender denostar la lucha a favor de la presentación con vida de Jorge Torres, la cual avalo sin importar el trasfondo del asunto, pues al final de cuentas, nadie puede negar la trayectoria de Torres como periodista, antes que funcionario municipal o burócrata.
En el estricto punto de vista personal, considero loable la acción emprendida por muchos compañeros y organizaciones periodísticas que intentan hacer un buen simulacro de unidad para demandar la presentación de Jorge Torres Palacios, portavoz de la dirección general de Salud del municipio de Acapulco, plagiado el jueves (29 de mayo) en su propio domicilio; ¿pero es loable salir a las calles a elevar las voces de protesta y enjuiciar a un enemigo aliado (entienda quien pueda)?
No diré un solo nombre, pero como en muchos otros estados, los crímenes contra periodistas no han sido del todo producto del ejercicio periodístico. Debemos ser honestos para admitir este hecho.
En las filas del periodismo guerrerense existen muchos infiltrados del Cisen, de Inteligencia Militar, de Gobernación estatal y federal y hasta del crimen organizado que están al pendiente de nuestras acciones.
El mismo Gobierno del Estado presiona a sus voceros oficiales para que coaccionen conciencias periodísticas a fin de indagar las acciones de muchos periodistas ‘indisciplinados’. Este hecho lo digo con causa propia, si el Gobierno del Estado o cualquiera de sus testaferros tiene los testículos puestos en su lugar como para desmentirme, con gusto les acepto el reto.
A los periodistas de Acapulco, de Guerrero, nos pasó lo de «Pedro y el lobo»: ya nadie nos cree, muchos menos nos respetan.
Son contados los casos de periodistas a quienes el gobierno y la sociedad les reserva estos afectos altruistas, porque el resto o están al servicio de intereses oficiales (exclusivos del gobierno) o de la delincuencia organizada, digámoslo con mayúsculas y en negritas.
Y los que no pertenecen a ninguno de estos dos bandos, sencillamente utilizan el periodismo para llevar una doble vida que les ha ocasionado un sin fin de problemas, ajenos al periodismo, por supuesto.
En Guerrero han asesinado a periodistas con una ‘trayectoria inmaculada’, una ‘fama envidiable’ y un ‘estilo de vida’ inimaginable; muchos de los que se nos han adelantado en el llamado ‘viaje sin retorno’, sin embargo, jamás en su vida escribieron una protesta contra el gobierno, mucho menos quisieron ‘manchar’ su imagen ni sus relaciones afectuosas con el sistema apoyando a sus compañeros subyugados por el gobierno u otras instituciones dedicadas a perseguir, secuestrar y hasta asesinar a los auténticos periodistas que se ganan a pulso el título de periodistas, sino todo lo contrario: eligieron mantener incólumes su imagen de periodistas pulcros, intelectuales, de esos que se sienten ufanos de pertenecer a una élite aceptada por los gobernantes en turno y se codean con la clase política del momento y ostentan un estilo de vida propio de la realeza.
Pero absurdo, como parezca, no tardó en hacerse público que muchos de los homicidios de esos connotados periodistas no fueron sus acciones periodísticas las que les provocaron su desaparición forzada o muerte, sino el doble estilo de vida que llevaban, ‘envenenados’ por el estigma de la impunidad periodística.
A uno lo ordenó asesinar Arturo Beltrán Leyva, ex jefe del sanguinario Cártel de Los Beltrán Leyva –según sostuvo su ex cocinero personal–, a petición de una amiga de su hija –menor de edad, por cierto– que denunció el acoso y ultraje, a base de engaños, de un periodista que ejercía, a la vez, como catedrático.
Uno más fue ‘levantado’ por apropiarse de las cuotas del grupo para el cual fungía como ‘halcón’.
Dos más fueron víctima de crímenes pasionales… y así, sucesivamente.
En la actualidad, casi todo el gremio conoce las acciones de muchos compañeros que prestan sus servicios como ‘orejas’ o ‘halcones’ de la Secretaría de Seguridad Pública estatal, el Ejército, las Fuerzas Armadas, Gobernación federal y estatal y/o el crimen organizado. ¡Pero nadie dice nada! Nadie hace algo por frenar a estos oportunistas del periodismo. Es más, algunas organizaciones, hasta los apapachan y los hacen miembros activos de sus organismos, equipándolos con charolas y hasta cargos administrativos. La Delegación 25 del Sindicato de Redactores de la Prensa (SNRP) es la más famosa por proteger y fomentar el periodismo pirata en Acapulco; empero, una sola agrupación no se salva del proteccionismo a periodistas apócrifos dedicados al chantaje y la extorsión, una vez encharolados, enchalecados y amparados bajo las siglas de Prensa.
E irónico, como parezca, las organizaciones que protegen a estos oportunistas, suelen ser las primeras rebasadas por la argucia de sus protegidos, al llegar estos a doblegar estos hasta políticos de primer nivel y gobernantes, tras de amenazarlos con exhibirlos y desprestigiarlos en las redes sociales que utilizan de fortaleza, a falta de medios propios para ejercer el periodismo. Por lo que es tarea de las mismas organizaciones periodísticas que simulan fomentar la unidad y la protección de los derechos de los periodistas quienes deben hacer más que una pantomima para ganarse la credibilidad del mismo gremio, no tanto de la sociedad ni de los gobernantes.
¿ALIADOS JUSTIFICADOS?
En contraparte, pareciera que solo en Guerrero la crisis económica es la única culpable de las desgracias de los periodistas, la única culpable de la desunión periodística, y la única culpable de la muerte de muchos periodistas, porque en estados violentos como Veracruz, Tamaulipas, Chihuahua y Michoacán, los homicidios contra periodistas se han debido a su integridad y pasión periodística, salvo contados casos, como Acapulco.
Para muchos periodistas de Guerrero tolerar la crisis económica ha sido factor de venta de sus conciencias.
En Guerrero, hay periodistas que vende el alma hasta por 20 o 50 pesos.
En Guerrero se perdió la fe por el periodismo, el imparcial, independiente, crítico, principalmente.
En Guerrero se tiene que aceptar el chantaje, la coacción, el embute, para poder ser periodista. (Lamentable el hecho de que hasta en las universidades se imparta la Chayotología como asignatura obligada, como bien aciertan a revelar algunos egresados de las especialidades de las Ciencias de la Comunicación de la Loyola, la Americana y hasta el Hipócrates, donde los maestros de periodismo son connotados chayoteros y/o distinguidos periodistas al servicio de políticos del momento, famosos por su dotes corruptores de periodistas.)
Sí, lejos de la filosofía de Gabriel García Márquez, que muchos utilizan como bandera de presunción, al periodista guerrerense no le gusta «sufrir como perro», prefiere aceptar el título de «plumas prontas» otorgado por el ex gobernador Zeferino Torreblanca a los comunicadores dóciles y vendidos al mejor postor.
Muchos aceptan la vía fácil de depender del gobierno, quien por su fidelidad, docilidad y reptalismo, los premia con plazas fijas en ayuntamientos o dependencias estatales donde se convierten en parásitos del sistema, a la vez que ejercen el periodismo, exigiendo los mismos derechos que otros se ganan “sufriendo como perros”.
Y eso no se vale. Eso se condena.
No se vale vivir a expensas del gobierno y exigir trato preferencial como periodista.
Las organizaciones periodísticas de Guerrero y los mismos medios de comunicación debieran comenzar por fortificar los requisitos de quienes soliciten ser catalogados como periodistas, antes que montar simulacros contra la adversidad gubernamental y la utópica unidad periodística.
No se vale, para quienes corresponda, promover foros estatales a favor de la libertad de expresión y contra la represión gubernamental y solicitarle, al mismo tiempo, al ‘enemigo’ no solo patrocinar, sino apadrinar, dichos foros que han sido magnificados, más bien, como desahogos turísticos de quienes participan, pues a la luz de los hechos se desconocen las acciones a favor los periodistas.
Por si esto no bastara, dichos foros lejos de fomentar la depuración del gremio de oportunistas e impostores, ha servido para ejemplificar el cinismo con que se cobijan a los ‘enemigos de casa’ sin pudor ni remordimiento alguno. Es triste, decepcionante, ver a periodistas que se hacen acompañar de toda la familia, compadres y hasta los nietos, a convenciones que, supuestamente, son exclusivas de y para periodistas.
Mientras esto ocurra entre las propias organizaciones que fomentan el apadrinamiento de impostores del periodismo, ante la sociedad, ante las instituciones, ante el gobierno, los periodistas seremos los «pedros» que el lobo conservará como botanitas de entremés.
Mientras estas acciones ocurran en el seno del propio gremio periodístico, nuestras luchas, nuestras protestas, serán causa de risa para el gobierno y la misma sociedad.
Es tiempo de ser honestos con nosotros mismos.
Es tiempo de olvidarnos de los simulacros y las pantomimas.
Es tiempo de convocar a la unidad y el profesionalismo periodísticos.
Tiempo de depurar nuestro gremio, de blindar nuestras organizaciones, nuestro ejercicio, porque de ello depende no solo el respeto del gobierno, las instituciones y la sociedad, sino nuestro derecho a ser tratados como “periodistas”, en el estricto sentido de la palabra, y exigir nuestros derechos civiles y constitucionales con calidad moral.
Es tiempo de recobrar el valor civil para denunciar a los impostores; de unir fuerzas para defender a “los nuestros”, también en el estricto sentido de la palabra.
Es tiempo de que quienes añoren un estilo de vida lozano decidan de qué lado estar: de los que amamos «sufrir como perros» en nuestra profesión o la estabilidad económica, dependiente del servicio exclusivo y, a la vez, reptante del gobierno.
Es tiempo de definir, analizar, los términos de los beneficios correspondientes a los periodistas en activo y de los que deciden abandonar nuestras filas para convertirse en burócratas o alfiles del sistema, e insisten en ser tratados aún como periodistas al servicio de la libertad de expresión.
No, no es condenable aspirar a una mejor condición de vida.
A la filosofía de García Márquez, personalmente agregaría que «se puede vivir dignamente» aún “sufriendo como perro”.
Pero la dignidad tiene sus riesgos… y también muchas satisfacciones.
El secuestro y el homicidio de un periodista son condenables, pero más condenable aún es que sin haber «sufrido como perro» las adversidades del periodismo se pretenda hacerle creer a la sociedad que todas nuestras injusticias se deban al quehacer periodístico.
Honor a quien honor merece.
Nuestra solidaridad para los que sufren en carne propia un atentado como el de Jorge Torres Palacios, vocero de la dirección de Salud por segunda ocasión consecutiva en una administración municipal, excelente amigo, trascendental periodista, ‘levantado’ en su domicilio (el pasado jueves 29 de mayo) por un misterioso comando de 12 hombres armados que sin explicación alguna lo mantiene cautivo sin explicación alguna.
Sabemos a qué sabe y cómo duele un plagio, una desaparición forzada, un atentado de esta índole.
Ojalá no nos equivoquemos, como en ocasiones anteriores de los casos ya citados.
En el caso particular, protestemos, indignémonos, pero sin prejuicios; dejemos que las investigaciones hagan lo suyo, luego enjuiciemos.
Que Dios proteja la vida de nuestro compañero y amigo.
Que Dios nos ilumine y nos restituya el valor y la pasión por el periodismo y emprendamos una nueva lucha no contra nuestros aliados enemigos, sino contra los oportunistas e impostores que nos asechan en nuestras propias filas, vendiendo información de nuestras actividades a quienes, lamentablemente, se carcajean de nuestras luchas y simulacros en pro de nuestras garantías universales y la libertad de expresión, y de paso, hasta patrocinan y apadrinan nuestras supuestas luchas contra los embates de ellos mismos.
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Periodistas de Guerrero: ¿Víctimas o victimarios?
Cronologías malditas…
] El Brujo Chiripero
Totalmente falso que el gobierno, la delincuencia organizada y el narcotráfico, sean el enemigo público número uno de los periodistas o la libertad de expresión… al menos en Guerrero, aclárese.
Está comprobado que mientras un periodista no cruce la línea trazada por el enemigo, habrá paz y respeto.
El enemigo público numero uno de los periodistas,en cambio, son los mismos periodistas, por las insidias, el revanchismo y el odio y recelo que predomina entre ellos, al grado que muchos periodistas han sufrido atentados por culpa de la delación o calumnias de sus propios compañeros.
Sería aventurado asegurar que el crimen organizado es el enemigo público número uno de los periodistas, porque no es un secreto que muchos periodistas trabajen o colaboren para ese «gremio» no solo para recopilarles información clasificada del gobierno, sino también de sus compañeros, especialmente de aquellos que se resisten a aceptar ser «contratados» para publicitar los actos sanguinarios del crimen organizado en sus respectivos medios de comunicación social o las redes sociales.
De hecho, ha habido casos donde los mismos periodistas al servicio de la delincuencia organizada han amenazado a sus propios compañeros con «levantones» o «madrizas» hasta por no invitarles unas cervezas o unos cigarros.
¿Cuantos periodistas recuerdan haber asesinados en Guerrero en el cumplimiento de su deber?
En la presente década, y parte de la que se fue, en Guerrero han sido asesinados de forma violenta Amado Ramírez Dillanes, Juan Daniel Martínez Gil, Juan Francisco Rodríguez Ríos, Jorge Ochoa Martínez, Jorge Torres Palacios y Francisco Pacheco Beltrán, por citar algunos, pero hay que decirlo claro: no fueron causas netamente periodísticas sus muertes. No hay que dar más detalles, no son necesarios, son «secretos de estado» del gremio periodístico que no vamos echar a perder citando los otros detalles.
Sobre el ultimo caso, a menos que alguien explique lo contrario, queda la duda de cómo un periodista gratificado con 15 mil pesos por el Gobierno del Estado pudo haber sido «víctima de la represión de la libertad de expresión» en Guerrero.
El hecho es que por más profundo que se escarbe, ni la desaparición de Leodegario Aguilera Lucas y Marco Antonio López Ortiz pueden atribuirse como «crímenes de estado» o víctimas de la «represión periodística», pues trabajaban en medios donde el estado impone sus leyes y gratifica el buen comportamiento.
¿Entonces?
En el primero de los casos, los hechos han sido ‘esclarecidos’; en el segundo, también son del dominio público los detalles, los familiares de ambas víctimas han admitido las causas, aunque de forma silenciosa, de hecho. No obstante, todos ellos son «secretos» periodísticos que sirven cuando es necesario hacernos el «caldo gordo» los mismos periodistas. Todos ellos son nuestros mártires cada 3 de enero y 7 de junio. Punto.
¿Qué periodistas, entonces, pueden ser considerados víctimas de la represión periodística?
En realidad muy pocos, pero no todos están muertos por esta causa. Lo más que han recibido son «recomendaciones» para que le «bajen de volúmen» a sus publicaciones y la mayoría ha llegado a buen acuerdo con el gobierno. El resto no ha pasado de recibir amenazas veladas de parte de los sirvientes de sus amos denunciados, pero hasta ahí.
Alfredo Lobato Castro, por ejemplo, no murió por una sobredosis de drogas. Pero he ahí el detalle. Se pagó mucho dinero para desviar la atención de los sospechosos de su muerte. Su caso fue muy parecido al de Abel León Bueno, quien hasta dejó una carta señalando a los culpables que resultaron no ser culpables, luego que el dinero corrió por todas partes para dejar su muerte en el olvido.
¿Represión gubernamental, entonces?
En el sentido estricto de la palabra, no.
¿Represión de la delincuencia organizada?
Tampoco.
Lástima que a muchos periodistas les molesta la verdad y que no se ejerza la libertad de expresión en el seno del mismo gremio, si no, las cosas serían diferentes.
Nuestros mártires dejarían de ser héroes…
Nuestras marchas y consignas no tendrían sentido…
Sin temor a equivocarnos, podría asegurarse que el 80 o 90 por ciento de los periodistas de Guerrero (desde reporteros locales, articulista, hasta corresponsales nacionales) se hallan en las nóminas oficiales del gobierno; si acaso, un 5 por ciento es el que a diario se queja de las «represiones» del gobierno, las cuales consisten en descortesías y desantenciones de parte de las oficinas de prensa por cuestiones publicitarias o de «chayos»… el resto se mantiene al margen de estos conflictos pero en el blanco de sus propios compañeros que los tratan con recelo por no coludirse con sus aviesos y/o serviles intereses.
Hágase notar que entre los inconformes, los que achacan al gobierno o al crimen organizado hasta el peatón que cruzó deliberadamente la calle y fue atropellado, o el albañil que se cayó del andamio o el perro que se indigestó con las croquetas rancias, se hallan aquellos charlatanes que llegaron al periodismo para extorsionar, ‘chayotear’ y usar la ‘charola’ de prensa para abusar del poder y denigrar a los verdaderos periodistas.
Lamentablemente, aunque son una plaga que se ha enseñoreado del gremio, nadie dice nada y los acepta como compañeros legales y hasta los protegen cuando son víctimas de agresiones o amenazas de parte de los servidores públicos o políticos que amedrentan o extorsionan. Y, por estas cusas, estamos como estamos, los periodistas de Guerrero, claro.
Que quede constancia, la verdad suele ser muy cruel, sobretodo cuando se trata de hablar de luto y dolor. Empero, que no estemos de acuerdo con el sesgo que se le ha dado a algunos de los casos supracitados, no significa que no comprendamos el dolor que ha causado la ausencia de nuestros compañeros. Nos duele su ausencia, les guardamos honor y respeto, aunque las circunstancias de sus decesos hayan tenido tantos matices controversiales.
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