Emiliano Mateo Carrillo | Renato Leduc y la huella de López Velarde
] Emiliano Mateo Carrillo Carrasco.
“Es Leduc un poeta adverso al modernismo y su romanticismo tardío, y tampoco se apega al posmodernismo de López Velarde: comparte con el poeta de Jerez un tono jovial e inclusivo, escéptico e irónico; pero en Leduc la calle y el arrabal, la ilustración francesa de origen paterno, el andar citadino, el baile de salón, la chocarrería popular inundan los sistemas poéticos provenientes de la cultura letrada, y no menos el catolicismo que se les asocia; va en contra de óleos beatíficos y princesas guiñol, faunos de jardinería o metafísicas de seminario. Y, más allá de la poesía, se opone a un México que resulta hostil a quien carezca de ánimo para acomodarse a la corrupción y sus circuitos de ineficiencia. Leduc estamos ante el México posrevolucionario, donde empieza a despuntar la generación de Frida Kahlo y se abrirán paso, después, mujeres como María Félix (también amiga del poeta). Al mismo tiempo, estamos ante un país que ya en 1918 había decepcionado a López Velarde en su esperanza política y de cambio social.
Es el país de la nueva repartición de la riqueza y de su renovada concentración; el país machista y misógino, violento y conservador; al mismo tiempo que aquel que requiere abrirse, aunque sea un poco, ante las necesidades de su propio mercado y el empuje de nacientes generaciones ilustradas. El país de licenciados y oratorias, que Leduc rechaza, pese a ser amigo de Miguel Alemán y Adolfo López Mateos desde la edad preparatoriana. Por cierto, se ha hablado de misoginia y homofobia en Leduc. ¿Cómo explicar entonces sus vínculos con mujeres de todo estilo, o el verdadero afecto y amistad que le tuvieron Leonora Carrington “Leonora Carrington nació en Inglaterra en 1917 y murió en México en 2011. Tuvo una vida signada por el arte y por una profunda búsqueda de la libertad en una época en la que las mujeres no podían salirse del guión. La pintora se rebeló en primer lugar contra su familia aristocrática, que en algún momento la encerró en un psiquiátrico en España. Y luego contra sus colegas surrealistas, como Dalí, Miro y Bretón, que la trataban como a una musa. Y nunca como a una par. A inicio de la década del 40, con la amenaza de sus padres de internarla nuevamente, decide huir a Portugal. Allí conoce al poeta y diplomático mexicano Renato Leduc. Se casan en Lisboa y deciden emigrar a Nueva York.”, María Félix o la pintora Aurora Reyes (sólo por mencionar amigas de toda la vida)?; ¿o su amistad con Monsiváis y su reconocimiento a Novo o, en fin, su admiración por Proust? Nadie va a negar sus bromas y exabruptos (espíritu provocador), pero parece haber tenido mayor pluralismo que los defensores de una corrección político-cultural muy de hoy que se cree a histórica e impoluta, y a veces no es más que otra forma de intolerancia y rigidez o, peor, bandera para escalar posiciones y hacerse con prerrogativas a menudo excluyentes.
El México racista e intolerante, reacio al diálogo y el respeto a la diferencia. El México de la alegría corporativista que Huerta y el estridentismo aplauden y Leduc observa de soslayo y a distancia, y que nos mantiene atados a la herencia de un intermediar ismo caciquil propio de la nobleza indígena, argamasa entre el invasor y los macehuales, y hoy entre el capital y el paisanaje. Leduc no se resigna, pero tampoco se flagela; ríe, critica, es solidario, amplía el espacio de la cantina y el burdel hasta las esferas de la poesía y la diplomacia: como escribió Iduarte (citando a Bassols), pese a ser un bohemio incurable, era el primero en llegar a su oficina —la pagaduría de Hacienda en París— para que todos tuvieran su cheque a tiempo, en aquellos años de ascenso fascista y todavía unos meses luego de la ocupación alemana (antes de irse a Bruselas y más tarde emprender la retirada a Lisboa). También era capaz de frenar las riñas más violentas e incluso convertir en amigos a fatuos púgiles de cuadrilátero escolar.
Toda su poesía está iluminada por la luz cenicienta de los relámpagos que produce el choque continuo de las electricidades contrarias que sacudían dolorosamente a este espíritu raro y tenebroso. Xavier Villaurrutia, el más atento de sus comentadores y el que indudablemente lo ha entendido mejor, dice de López Velarde: “Bien pronto se dio cuenta de que en su mundo interior se abrazaban en una lucha incesante, en un conflicto evidente, dos vidas enemigas y con ellas, dos aspiraciones extremas que imantándolo con igual fuerza lo ponían fuera de sí. Con una lucidez magnífica comprendió que su vida eran dos vidas. Y esta aguda conciencia, ante la fuerza misma de las vidas opuestas que dentro de él se agitaban, fue lo bastante clara para dejarlas convivir y, por fortuna, no lo llevó a la mutilación de una de ellas a fin de lograr, como lo hizo Amado Nervo, una coherencia simplista y, al fin de cuentas, una serenidad vacía. Por ejemplo: estamos acostumbrados a oír decir de la humanidad —con inicial mayúscula o minúscula— que es buena, mala, feliz, desdichada, perecedera, inmortal, divina y, hasta humana; pero de pronto abrimos un libro de López Velarde y nos encontramos allí una humanidad giratoria, y este calificativo, para la humanidad, nos parece absurdo pero gracioso, y cerramos los ojos y vemos una multitud de hombrecillos que giran como peonzas o trompos de colores.
Y la imagen chusca nos hace sonreír y estamos ya a punto de perdonar al poeta la bizarría de su imaginación, cuando caemos en la cuenta de que la humanidad —con mayúscula o sin ella— ha vivido y vive y está condenada a vivir sobre la faz de la Tierra —planeta doblemente giratorio— y que, por lo tanto, la humanidad podrá corregirse o empeorar, podrá reír o llorar, podrá vivificarse o perecer, pero mientras no cambie de planeta estará condenada a girar por los siglos de los siglos y, por consiguiente, la única calidad o cualidad imprescriptible de la humanidad es su calidad o cualidad giratoria. El adjetivo, la metáfora, la alegoría velardeana podrán ser rebuscados e inevitables, su poesía podrá ser barroca, ininteligible y aun absurda, pero en todo caso es de una plasticidad casi tangible y de un poder de sugerencia que es muy difícil superar. Y, coincidencia curiosa, dos de sus poemas llevan por título sendas cifras.
Uno de los más inquietantes poemas de Zozobra se llama “Día 13”, día al que él llama “temerosa fecha” y Ramón López Velarde murió el 13 de noviembre. Uno de los poemas de Él son del corazón se llama “33” y en él dice: “no tengo miedo de morir —porque probé de todo un poco…” Ahora bien, Ramón López Velarde murió exactamente cuando tenía 33 años y, para fortuna suya y de su poesía, dudo mucho que haya probado de todo un poco. Nueva York, nov. 1941” FRAGMENTO DE LEDUC Y LOPEZ VELARDE.
* Todos unidos por la fraternidad por el valle de México Abogados del Valle de México
https://informativonacional.com.mx/abogados-del-valle-de-mexico-se-reencuentran-e3TU1NTc3NA.html
* En Neza radio el tema de la campaña a las diputaciones federales y la reelección de 17 diputados federales de morena y la competencia electoral por la coalición PAN ,PRI, PRD 2021 EN 25 DISTRITOS
https://www.facebook.com/EnNezaRadio97.3fm/videos/180443990431570/
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